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lunes, 17 de agosto de 2009

Crítica del escritor Federico Krampack

CRÍTICA

‘MÁS SILENCIOSA QUE MI SOMBRA’

De Ingrid Odgers

Por Federico Krampack

Al momento que uno comienza a leer la novela ‘Más silenciosa que mi sombra’ de la autora penquista Ingrid Odgers, de inmediato se le vienen muchas imágenes icónicas a la mente: Virginia Woolf, mujeres en problemas, en rígidas bitácoras de vida y acongojadas con el puterío de la realidad chilena diaria, Katharine Hepburn (la fierecilla indomable del cine anterior al Tecnicolor), Frida Kahlo, esa mujer de cómic (con pañoleta roja a la cabeza y el puño alzado) que aparece en las publicidades vintage de un feminismo en pañales que reza YOU CAN DO IT.

Si debiéramos resumir en una sola palabra esta pequeña obra maestra penquista, sería con un agudo, obtuso y chirriante ‘verídico’. Esto es verídico. ‘Más silenciosa que mi sombra’ tiene tantas dolorosas capas de verdad, que parece superar a la ficción. YOU CAN DO IT, Ingrid.

Una mujer furiosa y áspera con la vida nos habla desde la primera página con un ímpetu cotidiano, cercenador, monótono a ratos, con una respiración mecánica que resulta agotadora, pero con una gran luz interior. Del primer párrafo, ya empieza a hablar mal del marido, y a medida que uno avanza en el relato, las descripciones se hacen más explícitas.

Puede sonar un aspecto desconcertante, de carácter feminista, radical (que se puede aplicar también a la teoría de género o la literatura de Simone de Beauvoir), pero lo cierto es que ‘Más silenciosa que mi sombra’ es de todo, absolutamente de todo, además del tono feminista que impregna toda la novela, un feminismo natural que se encuentra en el chip mental de todas las mujeres, pero que muy pocas se atreven a ponerlo en la práctica e incluso manifestarlo, aunque sea en cosas pequeñas, en esos detalles inocuos del diario vivir que, vistos con lupa, están adornados con una buena dosis de anarquismo. Lo que tiene de sobra la novela es una buena dosis de bullicio, griterío interno, descorazonador, y de remezón social como para remover mil lectores de un viaje. No es literatura chilena a la antigua. No es narrativa lacónica y prácticamente romántica, sin ‘barniz’ de mujeres para mujeres, a lo Marcela Serrano o Isabel Allende. Es prácticamente dinamita pura, como bien podría decirse del arte de Frida Kahlo, citando a André Breton: ‘Una cinta alrededor de una bomba’.

Ingrid Odgers es un producto regional invaluable. No está en las grandes librerías del país como una best-seller ni mucho menos es alguien que sale en los avatares del Arte y Letras de El Mercurio, pero PODRÍA estarlo. La bomba aquí se llama ‘realidad’, dura y tóxica de una mujer chilena de edad media que naufraga en la rutina, el estado ruin del mundo laboral y la desesperación en el matrimonio típicamente aburrido y fastidiado, con un marido apagado, prehistórico que sólo busca sexo y comodidad social, y materialista, pero también una realidad tremendamente esperanzadora, a pesar de todo el tono gris, ruin, predecible a ratos y decadente que tiene (en apariencia) la novela.

Desarrollada en un ambiente chileno cotidiano en la ciudad de Concepción, y narrada en su totalidad en primera persona, ‘Más silenciosa que mi sombra’, de primeras, pareciera moverse con un tono oscuro, incluso hasta amargo, a través de los pensamientos, broncas y anhelos de Verónica, su trepidante y analítica protagonista, pero a medida que avanza el relato va tomando un tono menos lúgubre y más vívido.

Del blanco y negro paulatinamente va pasando al color, al fuego, al lenguaje soez, al lenguaje del cuerpo, al discurso del cuerpo, en un tono carnal y cotidiano, sin ser esteta ni mucho menos barroco, sino real, sin mayores adjetivos, sin mayores adornos ni trampas de narración, algo que se agradece pero que también se critica enormemente, puesto que carece de hipérboles o de metáforas que podrían haberse aprovechado más aún dado el carácter furibundo de la protagonista. La descripción a ratos parece simple, desganada, pero quizás ese mismo aspecto algo lánguido del estilo en que está narrada la historia, sea el espectro de la misma protagonista, un espectro fúnebre, demacrado y que va a tono con la historia que pasa por toda la oscuridad y rabia posible hasta encontrar pasajes de luz y de fe.

El modo en que se relata ‘Más silenciosa que mi sombra’ es de carácter puramente personal, a modo de diario de vida, sencillo, íntimo y desprovisto de elementos estéticos propios de la novela. Se evitan las descripciones explícitas, las analogías o componentes que parecieran ser muy decorativos y hasta prescindibles. Los días de la semana (tan debidamente marcados al inicio de cada capítulo) nos da la sensación de que nuestra protagonista vive cada día bajo un sistema totalitario y que las sorpresas no serán algo muy corriente dentro del relato, puesto que todo el tono es demacrado, tedioso, agotador, la protagonista se ve cansada siempre, y la rabia contenida se siente en todos los capítulos.

Si hay un aspecto que destacar notablemente del trabajo de Odgers, es su maravilloso y tallado nivel de sexualidad y de sufrimiento debidamente marcado y narrado, pulcro, fino y desprovisto de tabúes, que para muchos (como este servidor) les recordará dos célebres ejemplos desde ya por la temática y el telón de fondo: la ‘Madame Bovary’ de Flaubert y ‘La señora Dalloway’ de Virginia Woolf.

Aunque son referentes extremos de la literatura y que parecieran estar a años luz de la obra aquí expuesta, tanto por influencia como por estilo, lo cierto e indudable es que Odgers recoge elementos básicos de la literatura inglesa y francesa que de alguna manera logró encapsular la terrible realidad social que escondían las mujeres de la época (y en realidad, de todos los tiempos inherentemente); y principalmente de la obra de Woolf a través de la insistente, atrevida (y en ciertos pasajes, hasta molesta) narración de detalles y labores cotidianas. ‘A las nueve en punto llega el ogro, me mira, me pide un café, se mete a la ducha, se viste rápido, de un trago se toma un café y abre la puerta de calle al tiempo que dice ya…’

De por sí, la sola descripción de actividades y gestos en seguidilla, como un rito impuesto, despiertan en el lector una sensación de hastío tremendo, un sopor diario que se hace tedioso, una rutina que se hace cada vez más espantosa, algo que logra transmitir de manera excelente su autora. El tono decadente y de impotencia logra poner la piel de gallina y más aún sabiendo que la historia puede perfectamente adecuarse a la realidad chilena.

En lo personal, Odgers y su obra me recordaron mucho a la película ‘Las horas’ (efectivamente basada en una obra de Virginia Woolf) del director Stephen Daldry, donde el personaje de Julianne Moore (la que está ambientada en plena era de la post guerra en EE.UU.) pasa por similares estados que la protagonista de ‘Más silenciosa que mi sombra’. Su mundo es una burbuja donde el ser mujer y esposa no es más que una brutal sentencia de muerte (o de vida), su felicidad se ve truncada por la falta de apetito por el amor y la fe, no tiene deseos de seguir edificando esa ruin bitácora de levantarse y saludar al marido y prepararle dignamente el desayuno, atender a su hijo y además tener en cuenta que está embarazada nuevamente.

Ese mismo retrato de la protagonista de la película, está perfectamente amoldada al personaje de Verónica acá en la novela; es una mujer tremendamente acongojada, furiosa con el mundo y su papel, su sexo, el por qué le tocó esta realidad y no otra, por qué a mí, por qué esto. Verónica, de por sí, representa de manera inconsciente muchas realidades chilenas de la mujer contemporánea: la mujer puesta en una burbuja social donde su voz no hace eco, ni como esposa, ni como madre, ni siquiera como mujer.

En el caso de ‘Madame Bovary’, el hecho de que aquí se repita el mismo parangón de la mujer reprimida y encerrada en un receptáculo de rol mujer-esposa-madre, no es casualidad. Ya lo había escrito Flaubert: ‘Un hombre, por lo menos, es libre. Puede pasar por todas las pasiones, recorrer los países, saltar los obstáculos, hincar el diente a los más exóticos placeres. Pero una mujer está continuamente rodeada de trabas. Inerte y flexible al mismo tiempo, tiene en contra suya tanto las molicies de la carne como las ataduras de la ley. Su voluntad, igual que el vuelo de su sombrero sujeto por una cinta, flota a todos los vientos; siempre hay algún anhelo que arrebata y alguna convención que refrena’. El personaje de Emma en la obra del francés, se enamora de otro hombre y así empieza una cadena de acontecimientos que rompen la santa estructura del matrimonio y las apariencias que, aún en esa época del siglo XIX, aún no eran tabúes completamente rotos.

Aquí Verónica, el personaje de Odgers, en su viaje desesperado de querer huir de la infelicidad, se enamora de no sólo uno, sino de dos hombres, de uno más que otro, que sin embargo reflejan el mismo pesar del que su protagonista huye: uno de sus amantes representa todo lo nocivo que ella no quiere, el compromiso excesivo, la lealtad a fuego, ese ‘berrinche’ de sentimentalismo que nadie anhela en una relación pero que se hace presente indiscutiblemente. Y el otro que, fatídicamente, no logra concretarse por el destino, el destino que nos roba lo más preciado y que nos hace valer como nunca. Y nos hace aprender.

Rabia, sociedad, opresión, sexo, hijos, amigas, degradación, frustración, mujeres, hombres, matrimonio, aburrimiento, trabajo, género, roles, perdición, emancipación, amor, odio, esperanza, liberación. En los catálogos del American Film Institute se acostumbraba anunciar una serie de conceptos que se relacionaban directamente con la obra audiovisual o la obra literaria en que se basaba. En el caso de ‘Más silenciosa que mi sombra’, sería una cadena de conceptos similar a las de arriba: todos drásticos, fuertes, listos para explotar, para indagar. Con la mente y los sentidos abiertos. Un gesto noble.

La marcada geografía que empapa el relato (por el origen de su autora), logra ceder aún más veracidad, una verdad carnal que se consolida cuando relata ciertos lugares o venas de la ciudad de Concepción, como si fuese la palma de su mano. Las calles roídas, la citación de los cafés antiguos, el frío, las plazas, el verde, el mar, el aire, son todos elementos urbanos típicos que logran demostrar una fuerza tremenda y que además son la lectura del carácter pedregoso y con ansias de libertad que tiene su protagonista, más aún si un lector que lee la novela es de la región.

Además la vorágine que sufre Verónica realizada muchas veces con sus amigas por las noches, de alguna manera, rompe con el prejuicio de que mujeres maduras vayan a lugares típicos de entretención y juerga, sino que frecuentan bares alternativos de música electrónica y rock e, incluso más atípico aún, discotecas de ambiente gay lésbico, donde se desdibuja el género, la vestimenta, los modismos, el lenguaje y los estereotipos sexuales de cajón, y su protagonista, como en pocos pasajes de la novela, se ve enfrascada en una realidad considerablemente diferente y fascinante, aprendiéndola a valorar por su naturaleza radical y poniendo a juicio su propia realidad, observando con otra lupa el mundo.

‘Tengo un día; si lo sé aprovechar, tengo un tesoro’, decía Gabriela Mistral. Aquí, Odgers constantemente trata de aprovechar los días y las noches, a medida que avanza el relato, cuando comienza a resquebrajarse de su angustioso sitial y pone todo en duda. Todo.

Una novela como ‘Más silenciosa que mi sombra’ nos lleva a despojarnos de un retrato sano y aceptado de relaciones sexuales matrimoniales a la vieja usanza chilena y sentimental, sobretodo en el género femenino. Podemos ver a Calígula, las películas de Ingrid Bergman, de Woody Allen, el programa de la doctora Polo por televisión, pornografía barata, leer poesía violenta o al Marqués de Sade, a la Isabel Allende, a Pía Barros, tener en cuenta las más audaces ramificaciones posibles en el arte y la literatura sobre erotismo y sexualidad, lo más radical posible, pero siempre lo más sanguinario y difícil de digerir será lo que tengamos a metros nuestros y en su estado más sutil y peligroso: la cotidianeidad misma. Y lo doloroso que es tener que vivir una vida marcada por el aburrimiento y el fastidio diario, pero con una gran luz esperanzadora hacia el final, enfrentando los peores miedos: el miedo al qué dirán, himno nacional de nuestro comportamiento criollo, y el miedo a la vergüenza frente a toda una sociedad.

El mismo título de la obra contribuye a enfrentar esos miedos: la sombra de uno(a) jamás nos dejará, pero delata todos nuestros fantasmas que nos persiguen a diario. Y uno, como dueño de esa sombra, aprende a guardar silencio. Más del que debe. Para ver qué espectáculo seguirá.

Una novela como la de Odgers, nos invita (más en particular a las mujeres chilenas contemporáneas de edad media, casadas, heterosexuales, despojadas de todo pasatiempo e incluso de tiempo para ellas mismas) que se miren en un espejo y vean si todo está en orden o no, si todo está como quisieran o no. Es, a mucho atrevimiento, la novela más cruda y sensata sobre la falta de amor en una relación que se supone que ante los ojos de la sociedad y de Dios es íntegra y sacrosanta, que haya leído en mucho tiempo.

‘Más silenciosa que mi sombra’ de Ingrid Odgers hiere el sexo y el amor, pero también los eleva a un estado de desamparo total, de éxtasis que sólo se puede experimentar con la pérdida de un amor y la confusión más turbadora, de no saber si estamos actuando correcta o incorrectamente, si es deleznable, si es corrupto, si es viable, si es posible, si es imaginable que una mujer en la madurez de su vida, pueda tener otra oportunidad de ser feliz, con o sin hijos, con o sin marido. Aunque, en realidad, ¿qué debiera importar tanto considerando el caótico y variopinto estado actual del mundo?

Federico Krampack

Ingrid Odgers Toloza, nace en Concepción, Chile (1955). Estudia en la Escuela Marina de Chile ex-nº74, en el Colegio Inmaculada Concepción y en el Liceo Fiscal de Niñas de su ciudad natal. Ingresa a la Universidad y estudia Ingeniería Comercial. Comienza a trabajar en la Cía Cervecerías Unidas en Concepción y en 1981 ingresa a la Cía. Carbonífera Schwager. Estudia Programación Computacional y Análisis de Sistemas en la Escuela de Negocios e Informática de Concepción. Realiza diversos cursos y seminarios de perfeccionamiento profesional, entre ellos, evaluación de proyectos, análisis financiero, diplomado en administración y marketing, programación neurolingüística, producción de eventos y sicología del liderazgo. Se ha desempeñado como asesora en informática, literatura y gestión cultural, es profesora de informática y directora de diversos talleres literarios en Concepción, Talcahuano y Lota. Es co-fundadora del Centro de Investigaciones Culturales La Silla, ha obtenido como gestora el Premio Consejo Nacional del Libro en dos ocasiones y como escritora integra diversas organizaciones nacionales e internacionales. Fue postulada al Premio de Arte y Cultura, artes literarias Baldomero Lillo 2008, región del Bío-Bío. Obtuvo el Premio de Novela Fondo de Apoyo a Iniciativas Culturales 2008, de la Municipalidad de Concepción. Su obra integra la Historia de la Literatura Hispanoamericana de Polonia, en el 2008.

lunes, 13 de julio de 2009

INGRID ODGERS - EN LAS FRÍAS RODILLAS DEL MUNDO

Comentario literario del poeta Nicolás Miquea -Cañas


¿Desde dónde escribe una mujer cuando escribe? Desde dónde habla y desde dónde, voluntaria o involuntariamente, debe callar. Y algo más importante aún: desde qué lugar es leída y desde dónde es escuchada. Si un libro, como éste de Ingrid Odgers, se plantea desde la cotidianeidad de la mujer, y su apreciación de género confrontado con los valores establecidos, resulta indudable que el problema más importante con el que se tocará es con el de territorialidad. El patriarcado no concede a la mujer más espacios que no sean los ya preestablecidos. Y uno de los espacios que jamás le ha concedido es el de la palabra. La mujer, entonces, no estaría ni antes ni después de la palabra. Ella sólo estaría inmersa en la realidad del lenguaje, una entidad que, dadas estas circunstancias, definitivamente no sería de su propiedad. Por eso es que respecto de la literatura, según palabras de la investigadora Adriana Valdés, “el papel ‘femenino’ por excelencia es el del silencio” (1). Su poesía devendría, entonces, como resultado de un discurso, naturalmente, instaurado desde mucho antes por quienes detentan el poder. Como un producto más de la repetición de los “viejos argumentos de estereotipos de género” (2). De allí la sumisión que se presupone, de partida, en los textos de la poesía escrita por mujeres y la ya insidiosa y reiterada pregunta: ¿se puede decir que exista una escritura femenina? Interrogante que no alude a lo sustancial de su obra: un “contenido experiencial de ciertas situaciones de vida que retratan la ‘autencidad’ de la condición-mujer”, sino a poner en duda su capacidad creadora de objetos artísticos, a través del lenguaje, como bien lo define Nelly Richard (3). Esta es, entonces, la carga adicional con la que parte la mujer que escriba un libro de poesía. No sólo debe luchar por encontrar un estilo adecuado a su proyecto de escritura, sino también debe luchar contra los ancestrales condicionamientos sociales que, bajo el plano de una dependencia y pasividad sociocultural, la relegan al silencio o a la mera repetición de los discursos ya hechos por los hombres.

Cuando nos aproximamos al torrente de poesía que fluye por las páginas del libro En las Frías Rodillas del Mundo, no podemos sino remitirnos, preliminarmente, a estos condicionamientos ancestrales. Ello es una cosa de honestidad ante un poemario que no tolera máscaras ni medias tintas. Estos poemas no son moneditas de oro para agradar a todo el mundo ni epigramas livianitos de sangre para intercambiar formalidades. Así como la poeta desnuda su ser a cada paso ante nosotros, sus lectores, lo menos que le debemos, quienes accedemos a abrir los ojos en su viaje por los tres momentos del libro, es ir hacia sus textos desprovistos de prejuicios y sin plantilla retórica alguna que encasille de antemano sus versos.

A partir de estas arbitrariedades, los territorios que reclama la hablante de En las Frías Rodillas del Mundo, o cualquier otro libro escrito por una mujer, en consecuencia, ya tendrían autor. Porque el amor ya lo tiene y suele ser sinónimo de El Cantar de los Cantares, de Bécquer, de Neruda, Eluard, Rojas, y siempre envuelto en una mirada masculina con su palabra y su sentimiento del mundo y su definición de la mujer. Ya que según nos acota nuevamente Adriana Valdés, la mujer, desde una mirada masculina, no hace poesía, sino que ella es poesía (4). Nos puede bastar para ello recordar la conocida rima de Bécquer que concluye con el verso: poesía eres tú. Existe un Verbo que desde el principio de los tiempos ya tiene nombre masculino. De allí que desde la primera vanguardia, gestada a partir de los años veinte (Neruda, Huidobro, De Rokha), hasta nuestros días, la historia de la poesía chilena se considere oficio hombres. ¿Y dónde ubicamos a Gabriela Mistral? ¿Se puede, en su caso, hablar de una escritura femenina? ¿O fue una travesti que escribía como los hombres, pero los superó en su propio terreno? Si su poesía no tiene algo propio, sólo inherente a su género, si no es considerada la fundadora de ismo alguno, ¿cómo se explica, entonces, que no se halla quedado anclada en el modernismo rubendariano, como por lo demás lo hicieron la mayoría de sus compañeros de generación? Es que, indudablemente, hubo en ella algo más. Un algo más que encarna lo otro dentro de la poesía chilena, pero no en referencia a la escritura y manifiestos vanguardistas de los Neruda o los Huidobro de turno; sino en relación a sí misma, porque en el decir de Simone de Beauvoir, refiriéndose al tema de la mujer, “por un privilegio único, ella es una conciencia” (5), un ser creador pleno capaz de crear sus propios caminos. Pero, en realidad, no sólo hubo un algo más en Gabriela Mistral, sino que también como ella hubo muchas más. Y entre ellas la poeta Winnét de Rokha y Teresa Wilms y María Luisa Bombal. Por eso, en el caso del libro que hoy nos convoca, En las Frías Rodillas del Mundo, la poeta Ingrid Odgers es una voz que reclama sus propios temas: no el amor ya cantado, sino lo materialmente femenino y sus opciones sociales y sexuales. No la palabra (ya dicha), sino el lenguaje en su totalidad como objeto que le entrega la posibilidad de un habla particular y a su medida. No los sentimientos (ya definidos por la palabra de un Adán vertical y totalizante), sino la conciencia de sí misma y una mirada crítica sobre la de los demás. O dicho de otro modo, se trata de subvertir, perturbar el modelo establecido por la poesía masculina y de desafiar a una sociedad evidentemente patriarcal oponiéndole una cosmovisión femenina. Así es como la poesía de En las Frías Rodillas del Mundo abre y explora sus propios territorios, sin sujeción ni delimitación alguna de las habituales y amables zonas de rebeldía socialmente permitidas a la poesía escrita por mujeres.

El aquí y el allá de esta escritura se mueve a través de un marco que se extiende y entrecruza lo público con lo privado. Entre aquello que habitualmente no se dice y se guarda dentro del cálido entorno familiar y la denuncia de lo que, a menudo, dócilmente se acepta como el ordenamiento de una moralidad hecha a la medida de quienes la rigen . Por eso es que aquí la poeta Ingrid Odgers no busca ni mantiene complicidades con la preservación de estructura cultural alguna. Sólo es fiel a sí misma y en palabras de la misma hablante de sus poemas ella viene a ser el resultado de “la furiosa marea que me toca vivir”. Lo puramente privado, sobre todo el mundo de la infancia de quien conduce el hilo poético en el libro, se evidencia, fundamentalmente, en El Dolor, que es la primera sección del libro No obstante pese a que alguna vez dice haber tomado “la sopa delicia de mi madre” (poema Tazas Vacías) ya está latente, desde entonces, el germen de las múltiples trizaduras de esta viajera inclaudicable por los más recónditos pliegues de su conciencia. Pero la ruptura y el dolor serán aún mayor que lo previsible, porque hay momentos en que se reúnen en un solo poema tiempos y espacios, cronológicamente distantes (pero síquicamente mezclados en la angustia), porque la poeta no nos está hablando ya sólo de la fractura de su infancia, sino que del quiebre de las relaciones al interior de la familia que ella, ya en su adultez, había logrado establecer. Así el momento poético conlleva un doble sufrimiento y de este modo lo evidencia cuando escribe: “El huerto se derrumbó/ el silabario del amor filial/ los hijos crecieron/ la magia desapareció en el motor del tiempo” (poema Trizadura).

En la primera parte del libro, El Dolor, formalmente se privilegia lo enunciativo, un decir que más que nada rememora, que vuelve a pasar por el corazón muchos de los episodios que, posteriormente, desencadenaran en El Temporal (segunda parte del libro), el choque emocional que hará predominar lo apostrófico por sobre lo descriptivo. Es una sección del libro de índole esencialmente contestataria, ante la hipocresía y dobles estándares de nuestra sociedad, donde la hablante asume, contra viento y marea, ardientemente sus opciones de vida. Primero, como mujer, y, luego, como poeta. Siempre de la mano de unos cuantos de sus íconos literarios más cercanos (Rimbaud, Cernuda, Mistral, Lihn, Rojas, Lemebel), Así lo dice en el texto Divorcio donde da cuenta de una verdadera poética, en que se entremezclan vida y poesía, a través de los siguientes versos: “... la libertad adquirida/a punta de lanza y palabra”.

Los momentos más relevantes, a nuestro entender , de la segunda parte de este trabajo están marcados por los poemas, El Temporal y Capítulo Cerrado. Pese a que no son poemas correlativos ni es éste el orden en que aparecen en el libro, creemos que el primero marca el clímax de la devastación interior y la voluntad de la poeta de asumir su situación de proscripción cuando nos revela: “Alguien robó mi corazón/y estoy proscrita/devorada por los tábanos/han venido a lapidar mi vereda”. Y luego desde el poema Capítulo Cerrado, texto (a nuestro entender) eje del libro, se irradian los efectos y definiciones de las objetividades representadas, a través del canto, tanto hacia la primera sección de En las Frías Rodillas del Mundo, como hacia la parte final, La Resurrección, donde dice: La belleza se ensancha en mil lágrimas/ Se abre la caja de Pandora/ es posible reencontrar la paz musitamos”. Asentando con esto que es en la poesía donde la poeta Ingrid Odgers posee sus mayores fortalezas y las dimensiones más consecuentes y productivas de su ser. Ese ser que afronta la responsabilidad de abrir la caja de Pandora, no para guardar o callar las consecuencias de sus actos o los misterios que de ella emerjan, sino para compartirlos (en sus dichas y desdichas), aunque sea en susurros, con otros tantos más que, al igual que las múltiples voces de Ingrid Odgers, viven en la eterna lucha por preservar el derecho a la esperanza.

Cuando en la parte final del libro, La Resurrección, la hablante dice: “La poesía se ha apropiado de mí./Y nace y muere y renace”. Perfectamente, podríamos nosotros, sus lectores, invertir estos versos de su libro y decir que es Ingrid Odgers quien se ha apropiado de la poesía. Y ya la tiene en territorio propio. Podemos decir, y con regocijo, que es Ingrid Odgers quien nace, muere y renace. Porque en estos tiempos ya no se podría hablar de poesía por la poesía ni del su sacrificio de ésta en aras de la pura realidad. El equilibrio, podemos advertir, se da entre los términos de que todo autor tiene su ficción, pero, a su vez, toda ficción tiene su biografía. Lo cual viene a ser el estilo y la verdad que conviven en un libro. Es la proporción que lo hace un objeto artístico único, pero sin dejar de ser la cifra que representa toda una vida: la de aquella poeta que lo escribió y que, a menudo, resultó ser una extraña en el devenir de su propia historia, una viajera del desamor y la poesía, como lo dice en el texto Paralelo, en que podemos leer estos hermosos versos: “Forastera del tiempo/peregrina del canto/descifro los signos”. Es la poeta Ingrid Odgers, a contracorriente, desarticulando y reconstruyendo las diversas maneras en que imaginamos nuestro acontecer y nos soñamos a nosotros mismos.

Nicolás Humberto Miquea-Cañas

PREMIO MUNICIPAL DE LITERATURA

SANTIAGO 2005


(1) Valdés, Adriana: Composición de Lugar (escritos sobre cultura), Editorial Universitaria, primera edición, Stgo., 1996.

(2) Esisler, Riane: Placer Sagrado, volumen 2, Editorial Cuatro Vientos, Stgo., 1998.

(3) Richard, Nelly: Masculino/Femenino, Francisco Zegers editor,

Stgo., 1993

(4) Valdés, Adriana: misma obra citada.

(5) De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo, Editorial Sudamericana,

Bs. Aires, 1999.